Los romanos dividían el mundo entre civilizado y bárbaro dependiendo del uso que se hiciera del aceite de oliva. A más se consumiera, más civilizado era. Por el contrario, el mundo bárbaro consumía grasa animal.

Entre la Cordillera Antequerana y los Montes de Málaga se sitúa un estrecho corredor que ha abastecido desde tiempos remotos a la capital. Con la llegada de los romanos la zona experimenta un fuerte impulso e importancia en la explotación olivarera. Son númerosos los vestigios arqueológicos que encontramos y que ponen de manifiesto dicha afirmación: la ciudad de Aratispi, villas romanas como Cortijo Robledo, Auta… Con posterioridad, serán las alquerías musulmanas las herederas de esta tradición que irá pasando de generación en generación. Las hoyas malagueñas y sus cortijos, con restos de muelas y orzas, nos revelan la importancia que esta industria ha tenido desde aquellos tiempos hasta nuestros días.

El aceite producido en el sur de Hispania, gracias a la excelente calidad de la materia prima y a una cuidada elaboración, se convirtió en un producto de prestigio, protagonista de una importante exportación hasta la propia Roma. Malaka era conocida en el mundo romano por sus salazones y por su aceite de oliva. La calidad, por fortuna, la hemos mantenido hasta la actualidad, combinando toda nuestra tradición y buen hacer con las técnicas y tecnologías que la evolución ha producido.